“Estación Finlandia” y la lucha por el socialismo hoy

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Respuesta a Bhaskar Sunkara
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A finales de junio, en medio de una discusión en ascenso sobre el socialismo en EEUU, Bhaskar Sunkara publicó una página de opinión en el New York Times titulada ‘El futuro del socialismo podría ser su pasado’.

Sunkara, editor de la revista Jacobin y vicepresidente de Socialistas Democráticos de América (DSA), intenta extraer lecciones de la Revolución Rusa y trata la relevancia de las ideas socialistas y radicales en nuestra época. Sin duda sus afirmaciones son diferentes y más amables que las de otros artículos recientes de la misma publicación sobre el cien aniversario de este acontecimiento histórico. Y ningún punto de comparación con un artículo publicado una semana antes por el mismo periódico escrito por el autor de derechas Sean McMeekin, en el que intentaba resucitar la teoría conspirativa hace ya tiempo desacreditada sobre que “Lenin era un espía alemán”.

No debería sorprender que un sector grande de los principales medios de comunicación y comentaristas pro-capitalistas dedique una vez más tiempo y recursos a distorsionar y desacreditar las ideas socialistas, incluyendo, como señala Sunkara, al mismo presidente de la Cámara de Comercio de EEUU. Esta campaña de distorsión es una respuesta al resurgimiento del socialismo en EEUU a la estela de la increíble campaña popular de Bernie Sanders.

El llamamiento de Sanders a una “revolución política” contra Wall Street y el 1% galvanizó a millones de jóvenes y trabajadores, radicalizados por la profunda crisis social del capitalismo y han comenzado a cuestionar la viabilidad del sistema. Se estima que 1,3 millones personas asistieron a los mítines de masas de Sanders. Otro acontecimiento bienvenido es que las organizaciones de izquierdas y socialistas, como Socialist Alternative, han crecido rápidamente. Los Socialistas Democráticos de América se han triplicado, de aproximadamente 8.000 a casi 25.000 miembros desde que Trump fue elegido el pasado mes de noviembre.

En su artículo de opinión, Sunkara en general defiende la Revolución Rusa como un acontecimiento positivo y el mero hecho de que el artículo se publique en un periódico de gran tirada en EEUU es, en sí mismo, un signo de cómo han cambiado los tiempos. Como sugiere el artículo de Sunkara, si queremos cambiar la marea contra el statu quo en bancarrota tendremos que mirar atrás y aprender lecciones claves de la historia del movimiento global de la clase trabajadora. Debemos equiparnos con las mejores ideas si pretendemos derrotar a Trump y frenar la ofensiva capitalista mundial a nuestras condiciones de vida y derechos democráticos. Desgraciadamente, en su artículo Sunkara no ofrece una alternativa socialista acabada. En cambio, sí parece defender que un “mercado regulado”, una piedra angular del capitalismo, debería continuar en la sociedad que los socialistas luchan por crear.

Los socialistas tienen una tradición importante de discutir de una manera fraternal las cuestiones importantes de estrategia, tácticas y programa. Ésta ha jugado un papel esencial en la formación de los socialistas, de otros activistas y del público en general acerca de los métodos para cambiar la sociedad. Escribimos este artículo como parte de esa tradición, no para dar un punto de vista distorsionado, sino para contrastar posiciones diferentes.

Las tres “estaciones” de Sunkara

En su discusión sobre la situación de la política moderna, Bhaskar representa una imagen de las tendencias clave que dominan la política actual de la clase capitalista. La primera es la “Estación Singapur”, esta es la conclusión lógica de la política de los principales neoliberales como Hillary Clinton y Barack Obama. La segunda es la “Estación Budapest”, esta representa el destino final del populismo de derechas como el de Donald Trump. La tercera, “Estación Finlandia”, es por supuesto el principal asunto de su artículo y una referencia a la Revolución Rusa y al momento histórico del regreso del extranjero de Vladimir Lenin en un tren a principios de 1917.

La crítica de Sunkara al neoliberalismo en “Estación Singapur” contiene puntos importantes, pero también revela los límites de su posición. Aunque reconoce su carácter antidemocrático y el impulso implacable de la austeridad neoliberal, lo presenta como algo relativamente benigno minimizando su brutalidad y sus costes humanos reales:

“El modelo Singapur no es el peor de todos los finales posibles. Es uno donde a los expertos se les permite ser expertos, a los capitalistas se les permite acumular y a los trabajadores corrientes se les permite una muestra de estabilidad. Pero no deja margen para que los pasajeros del tren griten ‘¡Stop!’ y elijan su propio destino”.

Esta idea subestima el carácter del neoliberalismo y los resultados de su culto al capitalismo desenfrenado. El violento descenso de los niveles de vida de los trabajadores en nombre del beneficio, la pérdida de acceso a servicios vitales como el cuidado sanitario, la pérdida de millones de vidas en guerras por los recursos, los muchos y variados desastres provocados por la desregulación (como lo sucedido recientemente en las Torres Grenfell en Londres) y, por último, la incapacidad absoluta del neoliberalismo de ofrecer un futuro a los jóvenes y a los trabajadores en todo el mundo.

Precisamente este modelo de inestabilidad y brutalidad abre la puerta a la “Estación Budapest” de los populistas de derechas como Trump (y los regímenes autoritarios de Hungría, Polonia y en otras partes), es la búsqueda desesperada de la clase media y trabajadora de alguna alternativa a la dominante ruta “Singapur” del capitalismo.

En su artículo Sunkara al tratar la “Estación Finlandia” da su propia visión de cómo le gustaría que fuese el socialismo. Éste incluiría “cooperativas propiedad del trabajador, compitiendo todavía en un mercado regulado; servicios gubernamentales coordinados con la ayuda de la planificación ciudadana; y la provisión de los servicios básicos necesarios para tener una buena vida (educación, vivienda y sanidad) garantizados como derechos sociales. En otras palabras, un mundo donde las personas tengan libertad de alcanzar sus potenciales al margen de las circunstancias de su nacimiento”.

Sin duda, estos cambios representarían un paso adelante significativo a pesar de estar bajo la amenaza de ataque cada vez que el capitalismo entra en una de sus crisis periódicas. Pero no es lo mismo que el objetivo del socialismo: una sociedad sin clases que elimina el aparato de represión organizado por el capitalismo y lo sustituye por un nuevo orden político basado en órganos democráticos de trabajadores y oprimidos. Este siempre ha sido el destino defendido por el movimiento marxista y socialista. Hoy muchos, incluso en la izquierda, pueden considerar esta visión como una utopía desesperada. Pero como argumentó Marx, es el desarrollo masivo de la productividad humana bajo el capitalismo lo que ha puesto las bases materiales para erradicar la división de clases y la opresión arraigada en la escasez.

El marxismo y el Estado

Sunkara también dice: “Reducido a su esencia y regresado a sus raíces, el socialismo es una ideología de democracia radical. En una época en que las libertades democráticas están bajo ataque, busca empoderar a la sociedad civil para permitir su participación en las decisiones que afectan a nuestras vidas”.

Sin embargo, un principio central del marxismo es que la democracia capitalista es sólo una forma de gobierno estatal. Y Marx dice que la clase dominante en la sociedad es la que controla el aparato del Estado. Los marxistas hace tiempo fueron mucho más allá de la democracia real. El marxismo ha explicado también que la democracia no existe en abstracto. Se debe entender relacionada con el sistema económico dominante. Bajo el capitalismo la democracia siempre está diezmada por el dominio de la pequeña élite propietaria que utiliza su poder para evitar que la mayoría altere las bases de su riqueza y privilegio. En otras palabras, propugnan que la “democracia radical” sólo puede ser consistente si está vinculada con el final del control antidemocrático de la clase capitalista y transfiriendo el poder a las manos de la clase obrera y los oprimidos.

Sunkara no clarifica esto. En su “amplia descripción” de un socialismo futuro ¿qué domina? ¿Las fuerzas del mercado o las cooperativas de trabajadores? Sunkara además dice: “Esta democracia social implicaría un compromiso con una sociedad civil libre, especialmente para las voces opositoras; la necesidad de controles institucionales y equilibrios de poder; y una visión de la transición al socialismo que no requiere un ‘año cero’ para romper con el presente”.

Sin embargo, si estuviéramos hablando sobre el final del sistema capitalista decadente y brutal, ¿cómo se puede hacer esto sin una ruptura fundamental y completa del orden actual y su aparato del Estado profundamente antidemocrático y represivo? En realidad, parece que Sunkara está en contra cuando dice que su visión de una transición al socialismo no requiere una ruptura ‘año cero’ con el presente. Este fue el punto central que Lenin defendió cuando regresó a Rusia en 1917. Lenin declaró que los debilitados capitalistas en Rusia no podrían y no entregarían beneficios a la clase obrera. Defendió que la clase obrera y el campesinado pobre rompieran el poder que los terratenientes y capitalistas tenían sobre la sociedad, apelando a los trabajadores de otros países a seguir este ejemplo y comenzar la construcción de una sociedad socialista basada en la democracia obrera.

Luchando por las reformas

Como marxistas en Socialist Alternative luchamos por cada conquista que la clase trabajadora pueda ganar bajo el capitalismo. Esto se puede ver en nuestro liderazgo en la lucha por los 15$, con la militante de Socialist Alternative y concejala del ayuntamiento de Seattle, Kshama Sawant, consiguiendo que Seattle sea la primera ciudad importante que apruebe el salario mínimo de 15$. Hace dos semanas ayudamos a que Minneapolis fuera la primera ciudad del Medio Oeste que aprueba los 15$, en esta ocasión bajo la dirección de la candidata a concejala Ginger Jenzten. Y la última semana Sawant y Socialist Alternative Seattle ayudamos a conseguir otra importante victoria a nivel nacional, en esta ocasión una medida local de impuestos a los ricos para ayudar a financiar vivienda asequible, educación y otros servicios vitales.

En abril de 2017, Kshama Sawant respondió a las preguntas del Huffington Post sobre sus ideas del socialismo:

“… Hay límites a la reforma de un sistema que está dominado por empresas masivas y rapaces. Sobre la base del capitalismo victorias como el aumento del salario mínimo son sólo temporales. Las grandes empresas tienen muchas herramientas para hacernos pagar la crisis de su sistema. Es posible una solución permanente y sostenible a todos los problemas que se enfrentan los trabajadores sólo con tomar el control de las grandes empresas y convertirlas en propiedad democrática, reorganizando la economía sobre una base planificada. En dicho sistema podríamos decidir democráticamente cómo distribuir los recursos. Podríamos hacer una transición rápida de los combustibles fósiles, desarrollar programas de empleo masivos, reconstruir la destrozada infraestructura del país y comenzar a construir un nuevo mundo basado en satisfacer las necesidades de la mayoría, no los beneficios de unos pocos”.

Los temas planteados por Sunkara sobre la reforma y la revolución no son sólo cuestiones abstractas de interés histórico. En qué “estación” terminamos hoy está estrechamente ligado a cómo evaluamos las derrotas y los éxitos del pasado.

Después de la Segunda Guerra Mundial, en la época de la reconstrucción de la posguerra y de enorme crecimiento económico, bajo las enormes presiones de los partidos comunistas y socialistas de masas y luchas obreras radicales, se ganaron conquistas importantes para los trabajadores en la mayoría de países occidentales. Pero el tenue paisaje económico actual es radicalmente diferente, con un capitalismo incapaz de disfrutar de un auge sostenido, atacando incansablemente a los sindicatos y las condiciones de trabajo, exigiendo profundos recortes presupuestarios para mantener su rentabilidad y sobrevivir.

Los nuevos partidos de la izquierda en la actualidad pueden terminar en una “Estación Singapur” neoliberal incluso mirar hacia la “Estación Finlandia” del pasado si no sacan las lecciones correctas. Si los partidos de izquierdas son elegidos para gobernar sin un programa definido de alternativa al capitalismo y una estrategia para conseguirlo, inevitablemente intentarán administrar el capitalismo, que puede significar llevar a cabo la austeridad neoliberal disfrazada con palabras amables de compasión. Los gobiernos reformistas, anti austeridad, al final se ven obligados a elegir entre aceptar las demandas de la gran empresa o implantar medidas radicales y socialistas.

Como explicaba Rosa Luxemburgo en 1900 en su libro Reforma o Revolución, estas dos elecciones no son sólo “caminos diferentes” a la misma estación. Porque para tener éxito, la lucha por la reforma no puede ser un fin en sí mismo, las reformas serias sólo pueden ser subproducto de la lucha social seria. La clase capitalista necesita verdaderamente temer una revuelta más amplia antes de otorgar concesiones importantes como el Medicare para Todos o un salario mínimo federal de 15$.

Además, si la lucha por la reforma no es utilizada para desarrollar la conciencia de los trabajadores y preparar el terreno para una profunda transformación socialista de la sociedad, los capitalistas intentarán revertir las reformas que se han ganado o destruir a las fuerzas de la clase trabajadora que las defienden. La clase dominante no vacilará en emprender una guerra económica o incluso golpes militares contra gobiernos de izquierdas. Aquellos gobiernos de izquierdas que intentan poner en práctica sus programas chocarán de cabeza contra el muro de ladrillo de la propiedad capitalista y el control de los recursos clave de la sociedad, así como el aparato del Estado capitalista. Eso se puede ver con claridad con lo sucedido a Syriza en Grecia.

Sunkara parece rechazar implícitamente la idea de una transformación radical y revolucionaria de la sociedad cuando dice que su visión de una transición al socialismo “no requiere un ‘año cero’ que rompa con el presente”. Pero la idea de que el capitalismo puede cambiar de manera gradual en dirección a un solo orden choca en la cara de la experiencia de los últimos cien años y, específicamente, ante el asalto neoliberal a las conquistas de la clase obrera. El capitalismo en decadencia significa que hay límites reales a la reforma y que incluso las conquistas más populares, las más difíciles de conquistar, también son reversibles.

El ascenso y la caída de Syriza

En Grecia Syriza, un partido de coalición de izquierdas, vio cómo su apoyo creció exponencialmente del 4,9% en 2009 a ser elegido con un programa contra la austeridad para encabezar el gobierno griego en enero de 2015. Pocos meses después su líder Alexis Tsipras capituló completamente, ignorando que más de un 61% votó “No” contra la austeridad en el referéndum convocado por su gobierno, y aceptó las demandas de los capitalistas y de la Unión de Europa de nuevos recortes salvajes de los niveles de vida. Internacionalmente fue un golpe serio a la izquierda que había mirado a Syriza y Grecia para encabezar la lucha contra la austeridad. La traición de la dirección de Syriza y su virtual transformación en un puntal neoliberal es un cubo de agua fría que demuestra que las decisiones sobre el programa, la estrategia y las tácticas no son abstractas sino que en la vida real tienen consecuencias.

En un artículo reciente de Xekinima, la organización hermana de Socialist Alternative en Grecia a través del Comité por una Internacional de Trabajadores (CIT · CIW), hay una descripción de la situación actual en Grecia:
“El ataque a los niveles de vida y derechos de la población griega en realidad se ha profundizado bajo el gobierno Syriza (‘Coalición de la Izquierda Radical’). Intentan ocultar este hecho hablando de “duras negociaciones” y “haber hecho todo lo posible” contra las “instituciones”, el nuevo nombre dado a la troika formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Pero esto es sólo teatro. El último acuerdo del 15 de junio liberó para Grecia 8.500 millones de euros (de los cuales 8.200 serán utilizados inmediatamente para devolver préstamos) y no añade nada a las propuestas de las instituciones hechas en la reunión del Eurogrupo del 22 de mayo.

“El último acuerdo significa para las masas nuevas cargas adicionales de unos 5.000 millones de euros entre 2019 y 2022 (…) Ha aumentado aún más el impuesto sobre la renta a todas las capas de la población, incluso aquellas que ganan unos 400 euros mensuales, el límite con el anterior gobierno de ND estaba en unos 700 euros. Ha aumentado los impuestos indirectos a todo, incluidos los alimentos más básicos como el café griego y el tradicional souvlaki, entre un 10% y un 20%. Está bajando las pensiones una media del 9%. Está aplicando medidas que ND y el PASOK consideraron que era imposible aplicar, con los programas de privatizaciones más grandes hasta el momento. El mercado laboral sigue siendo una jungla donde a la mayoría de los trabajadores del sector privado se les deben meses de salarios y la explotación ha alcanzado condiciones indescriptibles…

“Como resultado de esta política, el sentimiento dominante de los trabajadores es la rabia y, al mismo tiempo, la desmoralización masiva”.
Respondiendo a la pregunta de si era inevitable la capitulación, el artículo continúa:

“La capitulación de Syriza ante la troika no era algo inevitable. Fue el resultado de la falta de comprensión de la dirección de los procesos reales que se estaban desarrollando, de la percepción ingenua –si no criminal– de que “cambiarían Grecia y toda Europa”, como alardeaba Tsipras. Fue la consecuencia de la incomprensión de la naturaleza de clase de la Unión Europea y de la falta total de confianza en la clase obrera y en su capacidad de cambiar la sociedad. Cuando Tsipras se enfrentó cara a cara con lo que realmente significaba enfrentarse a la clase dominante cayó en la desesperación y capituló, completamente desprevenido”.

La alternative que desarrollaron y defenfieron algunas organizacioens de la izquierda griega, incluida Xekinima, apuntaba a la necesidad de una política que rompiera con el capitalism y comenzase la reconstrucción socialista de la sociedad. Como explicaba Xekinima un auténtico gobierno de izquierdas debería:

“Imponer controles de capital; negarse a pagar la deuda; nacionalizar los bancos; cambiar rápidamente a una moneda nacional (dracma); utilizar la liquidez proporcionada por esa moneda para financiar importantes obras públicas, para detener la continua contracción de la economía y regresar al camino del crecimiento; cancelar las deudas de las pequeñas empresas aplastadas por la crisis y proporcionar préstamos en condiciones favorables para recuperar la actividad y estimular con rapidez la economía.

“Nacionalizar las palancas fundamentales de la economía; planificar la economía, establecer el monopolio estatal del comercio exterior, algo necesario para adquirir un crecimiento sostenido y no servir a los beneficios de un puñado de armadores, industriales y banqueros, sino al servicio del 99% de la población. Crear comités especiales de planificación en cada sector de la industria y la minería; prestar atención particular a la agricultura y el turismo, que son la clave de la economía y tienen un enorme potencial. Establecer la democracia en el funcionamiento de la economía, a través del control obrero y la gestión en cada campo y nivel. Hacer un llamamiento a los trabajadores del resto de Europa para conseguir apoyo y solidaridad, y para lanzar una lucha común contra la UE de los patronos y las multinacionales. Por una unión voluntaria, democrática y socialista de los pueblos de Europa. En pocas palabras, una ofensiva anticapitalista, anti-UE, con un programa socialista y la solidaridad de clase internacionalista era la respuesta al chantaje de la troika”.

De la experiencia de Syriza vemos que las nuevas formaciones de izquierda pueden ir hacia la versión de “Finlandia” de Sunkara pero en su lugar terminar en la estación “Singapur”. Para luchar de manera efectiva contra la austeridad en un momento de crisis capitalista necesitamos un programa marxista de cambio fundamental y un plan para movilizar a los trabajadores, los jóvenes y a los pobres para que luchen por él.

La conciencia hoy

A pesar de las tremendas luchas que hemos visto recientemente en Grecia, España y Portugal así como el ascenso de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, que representa nada menos que una rebelión política de la clase obrera y la juventud, debemos decir que aún no ha emergido una conciencia socialista de masas. La conciencia entre los activistas aún es mayoritariamente anti-empresas y algunas veces anti-capitalista, pero sin una idea clara del camino a seguir. Esto es importante porque es un punto de partida no solo para nuestro análisis sino también para trazar con precisión las luchas que se avecinan.
El capitalismo está desacreditado entre la juventud, pero hay poca comprensión sobre cómo luchar contra el sistema o qué debería sustituirlo.

La mayoría de las personas que protestan tiene poca experiencia con los movimientos en marcha, las organizaciones o las luchas capaces de lograr victorias. Esta situación emana de las derrotas infligidas al movimiento de los trabajadores en las décadas recientes acompañadas del declive de la militancia sindical o de reveses a escala internacional.

No fue siempre así. Sunkara dice que en el siglo XX “en Occidente los trabajadores llegaron a aceptar una especie de compromiso de clase”. En realidad, los trabajadores en Europa construyeron movimientos en incontables ocasiones con la intención de derrocar el capitalismo, desde Alemania después de la Primera Guerra Mundial a la Guerra Civil española o los acontecimientos revolucionarios de Francia en 1968 y Portugal en 1974. Los dirigentes socialdemócratas y estalinistas en realidad frenaron estos movimientos con su visión de cambio “gradual” y el resultado a menudo fue una agresiva reacción a la derecha.

A finales del siglo XX, el colapso del estalinismo y su monstruosa burocracia fueron utilizados para desacreditar cualquier idea de una economía planificada y abrió la puerta a una masiva campaña contra el socialismo para hacer llegar el mensaje de que “no hay alternativa” al capitalismo y al mercado. Aunque los sistemas en la Unión Soviética y en Europa del Este de ninguna manera representaban el genuino socialismo, este colapso no obstante fue una derrota política seria para la clase obrera internacionalmente.

En las últimas décadas los partidos socialdemócratas han girado dramáticamente a la derecha e implantado la austeridad, destruido sus estructuras democráticas y perdido una mayoría de su base activista, incluso ya antes del crack financiero de 2008. En este contexto, el Comité por una Internacional de Trabajadores planteó la necesidad de nuevos partido de izquierdas y de la clase obrera.

El reciente auge de las ideas populistas de izquierdas, como reflejó los maravillosos resultados de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, la campaña de Melenchón en las recientes elecciones francesas, pero también el ascenso de la izquierda de Podemos en España, las conquistas importantes de la izquierda revolucionaria en Irlanda y la histórica campaña de Sanders en EEUU (e incluido el crecimiento del DSA y otras fuerzas socialistas). Todos estos acontecimientos reflejan los inicios de una búsqueda de una dirección socialista radical, por parte de los jóvenes y sectores de la clase obrera que buscan un camino fuera del pantano del capitalismo.

El bolchevismo no es estalinismo

Si las genuinas ideas socialistas se convierten una vez más en el grito internacional por una nueva sociedad, inevitablemente tendremos que discutir seria y honestamente la experiencia de la Revolución Rusa de 1917, los bolcheviques y Lenin.

La Revolución Rusa conformó toda la historia política de los últimos cien años y representó un esfuerzo colosal de establecer un nuevo mundo socialista. A millones internacionalmente les inspiró para luchar no sólo por una versión más “manejable” del capitalismo sino por un nuevo mundo socialista basado en la solidaridad, sin guerra ni explotación. Muchas de las conquistas y reformas que los trabajadores ganaron alrededor del planeta, incluida la jornada de 8 horas diarias, el derecho a voto de las mujeres, la educación gratuita, la sanidad y un seguro social amplio, llegaron como consecuencia de la oleada revolucionaria desatada por la Revolución Rusa.

La Revolución Rusa fue completamente democrática con consejos de trabajadores, soldados y campesinos (llamados “soviets”) construidos desde abajo con todos los partidos de izquierdas representados. Los bolcheviques pasaron de ser una pequeña minoría en los soviets a la fuerza dirigente de la revolución en el transcurso de 1917 ganando democráticamente a las masas para su programa y derrotar la reacción, la guerra y la pobreza.

Los consejos de trabajadores, construidos desde abajo, han sido una característica de las luchas revolucionarias desde la Comuna de París de 1871 y la primera revolución rusa de 1905. Características similares se desarrollaron en China en el período 1935-27, la revolución española de 1931-1937, Francia en 1968, Chile antes del golpe de 1973, por nombrar unos pocos ejemplos. Hemos visto un fenómeno similar de “democracia revolucionaria” en prácticamente cada rebelión importante de la clase obrera a través del globo.
Sunkara parece no ser consciente del papel democrático de los soviets, mientras que implícitamente sugiere que hay algo fundamentalmente antidemocrático en la Revolución Rusa. Mientras defiende el regreso a la “Estación Finlandia” insiste en que las cosas serán diferentes en esta ocasión. La diferencia clave, dice, es que “en esta ocasión la gente votará. Debatirá, deliberará y después votará”. Pero los bolcheviques “debatieron, deliberaron y después votaron”, en realidad con frecuencia. Si no hubieran hecho eso, tanto internamente como en los soviets, la Revolución de Octubre no habría triunfado.

La estrategia y las tácticas de los bolcheviques correspondían a una situación que cambiaba rápidamente en 1917. Lucharon bajo la bandera de “Paz, Tierra y Pan” cuando ellos buscaban minar las ilusiones en los diferentes “gobiernos provisionales” pro capitalistas que se negaban a actuar en ninguna de las cuestiones claves que les auparon al poder en la Revolución de Febrero. Los bolcheviques ayudaron a contener el intento prematuro de julio de la clase obrera de Petrogrado de tomar el poder que habría sido ahogado en sangre. Cuando la vasta mayoría del movimiento se volvió totalmente en contra del Gobierno Provisional, los bolcheviques audazmente movilizaron a los explotados y oprimidos para acabar con la guerra, ocupar las tierras de los grandes terratenientes y establecer una economía planificada. Todas estas estrategias y tácticas fueron debatidas y votadas no sólo dentro del Partido Bolchevique sino también con la participación democráticamente de los trabajadores, soldados y campesinos en los soviets y otros órganos como los comités de fábrica.

Sunkara en su página de opinión parece sugerir que el régimen estalinista totalitario que se desarrolló después es la continuación lógica del Partido Bolchevique de Lenin cuando escribe: “Cien años después de que el tren sellado de Lenin llegara a la Estación Finlandia y pusiera en movimiento los acontecimientos que llegaran a los gulags de Stalin”. En este punto tanto los estalinistas como la propaganda capitalista en occidente están en total acuerdo.
El argumento principal de la mayoría de los que atacan a los bolcheviques es que supuestamente querían centralizar todo el poder y eliminar toda oposición. Pero esto en absoluto sucedió en la Rusia de 1917, en realidad fue el acontecimiento revolucionario más democrático que ha sucedido hasta la fecha. Fue después de que los bolcheviques llegaran al poder en octubre y cuando el apoyo de los soviets era aplastante, que el resto de partido políticos se pasaran, uno por uno, al lado de la contrarrevolución armada y ayudaran a hundir al país en la guerra civil. Al mismo tiempo, veintiún ejércitos invadieron la Unión Soviética, incluidos el norteamericano, el británico, el francés y el japonés. Junto a la solidaridad internacional, lo único que permitió a los bolcheviques superar la larga guerra civil, las invasiones, el hambre y la destrucción del país fue que contaban el apoyo aplastante de la población, que luchó contra la reacción asesina y pro-capitalista.

Cómo se desarrolló el estalinismo

León Trotsky, quien junto a Lenin fue el líder clave de la Revolución Rusa, escribió que un “río de sangre” separaba a los bolcheviques del estalinismo. El Partido Bolchevique se podía decir —y una nueva investigación histórica lo confirma — fue el partido de los trabajadores más democrático de la historia, y al mismo tiempo el más exitoso en dirigir a la clase obrera hasta el poder. Lenin y Trotsky percibieron la revolución en Rusia como un preludio de la revolución europea y más allá, comprendieron que el socialismo sólo se puede basar en una federación internacional y voluntaria de países socialistas que incluyan a las sociedades económicamente más desarrolladas. Entendieron que el capitalismo globalmente se revolvería contra el nuevo estado obrero y que un país socialista (en particular una economía atrasada como Rusia) no sobreviviría por sí mismo.

El estalinismo no nace del bolchevismo sino del aislamiento de la revolución en la joven república soviética, el hambre, el atraso económico y las condiciones culturales, la desaparición de los dirigentes obreros más sacrificados en el curso de la guerra civil. El desencanto de las masas con los fracasos de las revoluciones europeas fue un factor clave, especialmente en Alemania de 1918 a 1923.

Estas condiciones permitieron el ascenso del estalinismo cuando la creciente burocracia soviética controlaba el uso y la distribución de los escasos recursos, por tanto les permitía convertirse en privilegiados. Un condición previa para el ascenso de esta burocracia estalinista privilegiada fue la destrucción de las tradiciones democráticas del bolchevismo, incluido el aplastamiento de la democracia soviética, la represión en masa de la Oposición de Izquierdas, el exterminio de prácticamente todo el Comité Central bolchevique de 1917 y, por último, el asesinato de León Trotsky en 1940. El ascenso del estalinismo primero socavó la economía planificada destruyendo la democracia necesaria para su funcionamiento y, finalmente, llevó a su destrucción en lo que Trotsky explicó como la burocracia “consumiendo” el primer estado obrero.
No sólo el leninismo no llevó al estalinismo, éste en realidad fue una contrarrevolución sangrienta de la burocracia para dar marcha atrás en muchas de las conquistas democráticas de la Revolución Rusa e impedir la lucha de los trabajadores por el socialismo en el resto del mundo. Los partidos comunistas dejaron de luchar por un cambio fundamental, en su lugar se convirtieron en puntales de Stalin y de las necesidades de su burocracia, ideológicamente defendieron su política de “socialismo en un solo país”. Los socialistas hoy nos enfrentaremos a preguntas sobre la Revolución Rusa y las caricaturas totalitarias del “comunismo”. Necesitamos tener respuestas claras a estas cuestiones teóricas y aplicar eficazmente estas lecciones de 1917 al movimiento obrero actual, que está operando de una manera muy diferente y en condiciones rápidamente cambiantes.

Las dos almas de la socialdemocracia

En su página de opinión Sunkara expresa alguna simpatía por los bolcheviques. No obstante, también dice: “[nosotros] podemos elegir verlos como personas bienintencionadas intentando construir un mundo mejor fuera de la crisis, pero debemos trabajar para evitar sus fracasos”. Debemos aprender de los errores, pero el mismo principio debe también aplicarse a las decisiones políticas de la Segunda Internacional a principios del siglo XX que Sunkara busca replicar. Bhaskar correctamente afirma al principio de su artículo que el movimiento comunista “nació de un sentimiento de traición de los partidos de izquierdas más moderados de la Segunda Internacional”. Continúa explicando cómo esos partidos socialdemócratas traicionaron a la clase obrera con su negativa a oponerse a la carnicería de la Primera Guerra Mundial.

Sunkara no intenta explicar por qué los partidos de la socialdemocracia “fueron cómplices de la carnicería [guerra mundial] que reclamó 16 millones de vidas”.

Sunkara señala que “los bolcheviques antes se llamaban ‘socialdemócratas’”. Esto es verdad sobre la superficie, en el sentido utilizado por el lenguaje de Sunkara, los bolcheviques eran “parte de un movimiento amplio de partidos que pretendían luchar por una democracia política mayor y utilizar la riqueza y la nueva clase creada por el capitalismo, extender los derechos democráticos en la esfera social y económica, que no permitía el capitalismo”.

Pero aquí también hay una distinción importante. Los primeros socialdemócratas —desde el comienzo de la Segunda Internacional en 1889, ayudados por la guía de Engels hasta su muerte—mantenían al menos en palabras una visión marxista revolucionaria de las cuestiones clave y defendían el derrocamiento del capitalismo y el socialismo. Hoy, el término “socialdemócrata” ha llegado a significar el camino de la reforma dentro del capitalismo y un rechazo explícito a la revolución, el marxismo y el leninismo.
En el sentido amplio de la “socialdemocracia” en la época de Lenin antes de 1917 tuvo lugar una batalla ideológica entre las ideas de la reforma y la revolución. Se puede ver con mayor claridad en el prolongado debate que estalló dentro de la socialdemocracia contra al “revisionismo” por la cuestión de cómo la clase obrera llegaría al poder.

El principal teórico reformista de la socialdemocracia en esa época era Eduard Bernstein, quién defendía que no hay necesidad de que los trabajadores tomaran el poder y el socialismo llegaría a través de la extensión gradual de loa derechos democráticos, cooperativas, sindicatos y servicios públicos. Otros reformistas defendían que los trabajadores en realidad “tomarían el poder” utilizando las instituciones parlamentarias existentes. Bernstein decía que “el objetivo final del socialismo, cualquiera que pueda ser, para mí no significa nada; es el propio movimiento lo que es todo”. Rosa Luxemburgo, junto con Karl Kautsky antes de a “renegar” de sus posiciones previas a 1910, rechazaron estas ideas y argumentaron que la clase obrera necesitaba tomar el poder y derrocar el capitalismo como la única forma de derrotar la resistencia de la clase dominante y defender el nuevo estado obrero.

Estas ideas reformistas no caían del cielo, reflejaban la perspectiva conservadora del parlamentario, del dirigente sindical y el funcionario del partido que habían comenzado a integrarse en el régimen capitalista bajo las condiciones del boom económico prolongado anterior a la Primera Guerra Mundial, cuando el capitalismo aún era capaz de desarrollar las fuerzas productivas de la sociedad. Cuando la crisis del capitalismo llevó a la guerra entre las potencias capitalistas, la traición de los dirigentes socialdemócratas apoyando a su “propia” clase dominante desorientó a la clase obrera y al movimiento obrero en Europa e internacionalmente.

Fueron Lenin y el Partido Bolchevique, junto con un puñado de internacionalistas como Rosa Luxemburgo y Karl Libeknecht en Alemania, los que se opusieron a la Primera Guerra Mundial y defendieron las tradiciones de la “socialdemocracia revolucionaria” y el marxismo. El descrédito del capitalismo durante los tres años de carnicería de 16 millones de personas en los campos de batalla de Europa ayudó a preparar el camino para la revolución en Europa, comenzando con Rusia. Millones en todo el mundo salieron en apoyo de la Revolución Rusia y la nueva Tercera Internacional.

Cuando discutimos la historia de la socialdemocracia, debemos hacer una distinción clara entre la primera socialdemocracia revolucionaria frente a la socialdemocracia reformista, conservadora, que abrió la puerta a la guerra y se alineó con el capitalismo contra los movimientos revolucionarios de la clase obrera.

El debate continúa hoy

Traducir con éxito la oposición de masas a la austeridad y los males del sistema capitalista en una acción efectiva contra el racismo, sexismo, guerra, pobreza y desempleo, depende de adoptar un programa de lucha, estrategia y tácticas audaces. Como los bolcheviques hicieron en 1917, debemos analizar la situación que se mueve rápidamente para encontrar las mejores propuestas y consignas que puedan poner a las personas en acción. También requiere que los trabajadores desarrollen su propio partido de masas independiente, dirigido democráticamente, que puedan unir a los jóvenes, a la clase trabajadora y los pobres para llevar adelante la lucha decidida contra la clase millonaria.

La historia demuestra que las ideas, el programa y la cuestión de la dirección, y las oportunidades para desafiar al capitalismo sólo tendrán completo éxito si las ideas del marxismo pueden llegar a la clase obrera con una izquierda socialista organizada.

Los socialistas en EEUU, partiendo de la construcción de un movimiento contra los ataques de Trump y los republicanos en el poder, también debe continuar con un debate constructivo sobre cómo construir el movimiento y el poder político de los trabajadores. Los movimientos actuales aquí no funcionan exactamente de la misma forma como en Grecia en los últimos años o como hace cien años en la Revolución Rusa, pero hay lecciones importantes que aprender de todas estas experiencias.

Hoy el movimiento socialista se enfrenta a tareas duales. Por un lado, necesitamos unir a las fuerzas frescas, progresistas y socialistas en una acción amplia y unida, para la lucha y la resistencia para derrotar la ofensiva de la derecha y neoliberal. Pero también debemos buscar ganar a las capas avanzadas de los trabajadores y la juventud para la comprensión de que un programa socialista audaz es la única manera de superar la crisis del capitalismo, y de la necesidad de construir una organización revolucionaria capaz de luchar para ganar este programa.

Debates cruciales como este en la historia de la clase obrera, la lucha internacional, la estrategia y el programa deben continuar mientras trabajamos juntos para derrotar a la clase millonaria y reconstruir el poderoso movimiento socialista.

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