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1968- Un año de lucha lleno de lecciones

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Radicalización del Movimiento por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam

 

1968 comenzó con la increíble sorpresa de las fuerzas de Vietnam del Norte ocupando de forma temporal la embajada americana en Saigón, capital de Vietnam del Sur, el 31 de enero. El mensaje del presidente demócrata Lyndon Johnson, anunciando el cercano fin de la guerra gracias al envío de 200.000 nuevas tropas que asegurarían la victoria, fue refutado con contundencia por los hechos.

La oposición a la brutal guerra en Vietnam alcanzó un punto de inflexión y se convirtió en un eje central de la política norteamericana. Por otro lado, el Movimiento por los derechos civiles, tras derrotar las leyes Jim Crow en el sur, se organizaba y levantaba contra el racismo estructural existente en el norte entrando en una fase de mayor politización. El Dr. Martin Luther King Jr avanzaba hacia posiciones cada vez más radicales, rompiendo con el Partido Demócrata respecto a la guerra de Vietnam y comenzando a hablar de la profunda desigualdad económica existente bajo el capitalismo. Al final de su vida comenzó a extraer conclusiones socialistas apuntando a la necesidad de organizar a la clase trabajadora, especialmente a sus capas más pobres y oprimidas. Fruto de ello, King organizó la “Marcha contra la pobreza” en Washington. Desgraciadamente, el 4 de abril de 1968, cuando se encontraba en Memphis organizando la solidaridad con una huelga de trabajadores de recogida de basura afroamericanos, fue asesinado.

Su asesinato provocó una explosión de rabia en las comunidades afroamericanas de las ciudades avivando la radicalización. Un hecho que se expresó en el aumento de apoyo al partido de los Panteras Negras, fundado en 1966, al tiempo que el movimiento antiguerra tomaba un cariz claramente antimperialista. Tras la huelga revolucionaria de mayo del 68 en Francia y diversas luchas internacionales significativas, incluida la revuelta estudiantil ocurrida en México, se profundizó el debate en la izquierda sobre cómo luchar por una transformación revolucionaria en EE.UU.

 

La rabia social contra la Guerra de Vietnam y el racismo se reflejó también en las primarias del Partido Demócrata. Los dos candidatos anti-guerra, Eugene McCarthy y Bobby Kennedy, dominaban el debate en dichas primarias. Bobby Kennedy, fruto de su apoyo previo al Movimiento por los derechos civiles y a la simpatía generada por el asesinato de su hermano, realizaba reuniones y mítines de masa. Se enfrentaba de forma muy reñida con Eugene McCarthy, cuya campaña era dirigida por decenas de miles de jóvenes movilizados contra la guerra de Vietnam.

Por otro lado, Lyndon Jonson, el candidato del establishment Demócrata, estaba completamente desacreditado. Finalmente, cada vez más debilitado por la guerra, rechazó presentarse como candidato. El establishment del Partido Demócrata vacilaba entre convencer a Johnson para que se presentara o apoyar al vicepresidente Hubert Humphrey, quien declinó presentarse inicialmente. A su vez, el candidato del Partido Independiente Americano, George Wallace, llevó adelante una campaña racista aprovechando la oposición en el sur a la legislación aprobada en favor de los derechos civiles.

Las primarias del Partido Demócrata apuntaban a una clara victoria de Kennedy. Pero en la noche de las primarias en California, el 5 de junio, tras declararse ganador, apuntalando su victoria definitiva a nivel nacional, Bobby Kennedy también fue asesinado. Su muerte, cercana en el tiempo a la de Martin Luther King, causo una profunda conmoción. Dos de las principales figuras del Movimiento por los derechos civiles y en contra de la guerra de Vietnam habían caído asesinadas en cuestión de meses. Todo esto impulsó entre los sectores más radicales un debate en torno a la siguiente cuestión: ¿puede ser el Partido Demócrata un instrumento real para el cambio?

La Convención del Partido Demócrata en Chicago

Una duda que quedaría resuelta en la Convención Nacional del Partido Demócrata que tuvo lugar en Chicago en agosto de 1968, la conocida como la “Batalla de Chicago” de la que tanto se ha escrito. Una Convención que tuvo ciertas similitudes con la Convención del PD en 2016, en la que Hillary Clinton fue proclamada candidata frente a Bernie Sanders, que sí se mantuvo firme en la defensa de un programa en favor de la clase trabajadora. En 1968, la dirección del establishment aseguró que su candidato, el belicista vicepresidente de Johnson Hubert Humphrey, fuera elegido como candidato frente a la oposición de los activistas del partido.

El propio alcalde demócrata de Chicago, Richard Daley, desplegó a la policía atacando brutalmente a los manifestantes que protestaban contra la guerra fuera de la Convención. Estas brutales escenas de violencia policial prepararon el terreno para la victoria del candidato republicano Richard Nixon en 1968. Nixon explotó la división en el Partido Demócrata respecto a la guerra y los derechos civiles llamando demagógicamente a una “paz honrosa” y definiéndose a sí mismo como el candidato de la “mayoría silenciosa”. Este mensaje contra la “violencia” de los movimientos sociales en unos Estados Unidos cada vez más divididos precedió la llamada “Estrategia del Sur” que adoptarían los republicanos durante los años siguientes, apelando a los sectores conservadores blancos atemorizados ante el cambio y la protesta social.

Aunque hubo algunos movimientos para presentar candidatos independientes de izquierda durante 1968, la mayor parte de la izquierda liberal y del movimiento obrero seguían manteniendo sus ilusiones en el Partido Demócrata. A pesar de todo, la confusión social siguió reflejándose dentro del partido.

Las lecciones de 1968

Habiendo visto cómo el establishment del Partido Demócrata daba la espalda a la izquierda y al sentimiento antiguerra de las masas en la Convención de 1968, la gran pregunta para decenas de miles de jóvenes activistas fue cómo luchar contra una estructura de poder que se resistía con uñas y dientes a ser transformada. Una parte considerable del movimiento antiguerra, contra el racismo y del emergente movimiento feminista, comenzaron a sacar conclusiones revolucionarias aunque aún seguían aislados de la mayor parte de la sociedad. ¿Cómo podría entonces una minoría radical transformar la sociedad norteamericana?

En 1968 las condiciones para un desafío revolucionario al capitalismo en EE.UU. no habían madurado. El capitalismo, al final del boom de la posguerra, todavía se consideraba un sistema progresista para la mayoría de la población, y lo que es crucial, para la mayoría de la clase trabajadora. Los sindicatos eran mucho más fuertes que en la actualidad y aún tenía un gran peso el sector público. Al mismo tiempo, capitalistas y grandes propietarios trataban de contraatacar ante la fuerza que aún conservaban los sindicatos, y los jóvenes trabajadores se radicalizaban junto al resto de su generación. Estos últimos se vieron profundamente afectados por la derrota en la guerra de Vietnam, guerra de la que no pudieron escapar los jóvenes de clase trabajadora, al contrario que muchos sus compañeros estudiantes de clase media. Dichos jóvenes veteranos de guerra radicalizados jugarían un papel decisivo en las huelgas laborales al inicio de los años setenta.

El partido de los Panteras Negras se encontraría en el centro de los acontecimientos explosivos que tuvieron lugar al año siguiente, alcanzando en 1971 el millón de afiliados “revolucionarios”. En 1968, ni el movimiento antiguerra ni el movimiento feminista habían llegado a su punto álgido. Sería posteriormente, entre 1973 y 1974, cuando el conjunto del sistema político norteamericano entraría en crisis debido al colapso militar en Vietnam y al escándalo del Watergate que forzó la dimisión del presidente Nixon. A mediados de los 70 además, la economía entró en la mayor recesión desde la Segunda Guerra Mundial, llegando a su fin el boom de la posguerra. La sociedad se enfrentaba a una crisis social, política y económica extraordinaria, encontrándose ya sí presentes en EE.UU. las condiciones necesarias para impulsar una revolución social.

Lo único que faltaba sin embargo era una organización revolucionaria con verdaderas raíces en el movimiento obrero que pudiera analizar la situación, y que pudiera elaborar y aplicar una táctica audaz de cara a unir a la juventud con las aspiraciones revolucionarias de la clase trabajadora. Para ello era necesario impulsar reivindicaciones audaces que pudieran representar los intereses del conjunto de la clase trabajadora y los oprimidos, y que apuntaran a la necesidad de una transformación socialista de la sociedad. Este hubiera sido el camino de cara a transformar a una capa considerable de activistas militantes en revolucionarios, organizados en un partido revolucionario de masas cada vez más amplio en la medida en que millones de personas se lanzaban a las calles a luchar desde finales de los años sesenta hasta mediados de los años setenta.

Actualmente, sin embargo, y al contrario que en 1968, existe una rabia muy extendida contra el conjunto del sistema político y económico. Con una estrategia y táctica correcta, la nueva generación de activistas, especialmente la juventud, no se encontrará aislada de la mayoría de la población como desgraciadamente sí ocurrió en 1968.

 

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